¿Qué es la Inteligencia Artificial? La verdad es que muchas personas han oído hablar de ella, pero no muchas saben realmente en qué consiste, cómo funciona, o de dónde viene este concepto. Lo cierto es que la IA (Inteligencia Artificial) es sin duda una de las disciplinas científicas que más potencial ha demostrado, y seguramente nos depare muchas sorpresas y descubrimientos sorprendentes en los próximos años.
De hecho la IA ha sido objeto de amplio tratamiento en la literatura y el cine desde hace décadas; cuando el ordenador HAL 9000 se cuestionaba si los humanos podían representar un obstáculo para el cumplimiento de su misión en «2001: Una Odisea del Espacio», estaba planteando una vieja pregunta en el mundo de la ciencia ficción: ¿qué pasará si un día las máquinas pensantes deciden que los humanos somos prescindibles o incluso que somos un estorbo?
Cuestiones filosóficas aparte, a pesar de los adelantos increíbles que ya ha traído la Inteligencia Artificial, y de que en realidad cada vez está más presente en nuestra vida incluso en aparatos de uso cotidiano, hay que reconocer que dar una definición de la IA que englobe totalmente su significado no resulta tarea fácil. Para hacerlo, tenemos que empezar desde el principio: ir a los orígenes mismos de la IA, repasar su evolución, y entrar a detallar cómo funciona una IA y qué retos nos plantea de cara al futuro.
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Los inicios de las máquinas inteligentes: el test de Turing
Fue el científico, matemático, filósofo, informático y biólogo británico Alan Turing el primero que intentó dar una definición de lo que era la Inteligencia Artificial; Turing, que era un auténtico Leonardo Da Vinci de su época ya que cultivó numerosas ramas del saber y tenía un elevado coeficiente intelectual, está considera como uno de los padres de la informática y su interesante vida fue plasmada en la película «Descifrando Enigma«, donde Turing es interpretado por Benedict Cumberbatch.
Aunque el film hace referencia principalmente a los esfuerzos de Turing por descifrar los códigos de la máquina Enigma de los nazis -lo que fue decisivo para que los Aliados ganaran la II Guerra Mundial- también menciona cómo años después (1950) Turing publicó un trabajo (Computing machinery and intelligence) en el que planteaba un test -el Test de Turing– que marcaría el camino hacia la definición de la IA.
Dicho test, que pretendía responder a la pregunta de si las máquinas son capaces de pensar por sí mismas, establecía una prueba según la cual podía determinarse si una máquina posee inteligencia propia comparando sus respuestas: si éstas no pueden distinguirse de las de un ser humano, entonces la máquina poseería Inteligencia Artificial. Por cierto: la primera vez que una máquina logró superar el Test de Turing fue en 2014; lo logró Eugene Goostman, un bot que imita a un niño de 13 años.
En realidad, es con este concepto con el que se juega en películas como Blade Runner, cuando las unidades de Blade Runner encargadas de dar caza a los replicantes practican el test ficticio llamado Voight-Kampff, si bien en la película de Ridley Scott no se miden las respuestas verbales -que se suponen indistinguibles de las de un humano para un replicante- sino las físicas y emocionales, ya que a un replicante se le supone carente de empatía.
Los padres fundadores de la Inteligencia Artificial
Si bien Turing fue un genio y todo un pionero en la investigación de la IA -que él llamaba «inteligencia de las máquinas«- no fue hasta 1956 los investigadores Herbert Simon, Marvin Lee Minsky, Allen Newell, Arthur Samuel y John McCarthy se reunieron en Dartmouth College y decidieron crear una nueva disciplina técnica-científica: la Inteligencia Artificial, nombre acuñado por el propio McCarthy.
En aquel momento aquellos pioneros pecaron de optimismo y pensaron que dotar a las máquinas de la capacidad para pensar sería en realidad algo muy fácil: sorprende esta idea teniendo en cuenta que, incluso con todos los avances que tenemos hoy día, aún estamos lejos de alcanzar esa meta; pero por entonces el conocimiento que se tenía del funcionamiento del cerebro humano o de los procesos del pensamiento eran aún si cabe más limitado que en la actualidad.
Parte de ese entusiasmo inicial también se debió a que los progresos durante los primeros años resultaron sorprendentes para la época, y hacían pensar en que la evolución de la disciplina sería exponencial; para inicios de los años 60 había ya máquinas capaces de resolver problemas matemáticos complejos, jugar a las damas, o de dominar el idioma inglés. El interés por la IA hizo además que aumentara la financiación para la investigación en este campo. Parecía que las máquinas pensantes serían pronto una realidad.
Algunos de los padres fundadores fueron más allá; Simon aseguró que para 1980 las máquinas podrían hacer cualquier trabajo realizado por humanos, y Minsky creía también que en 20 años la IA sería una realidad, aunque también vio los peligros de esto y advirtió: «Cuando los computadores tomen el control, quizá ya no seamos capaces de recuperarlo. Sobreviviremos mientras nos toleren…«. Minsky creía que, con suerte, las máquinas con inteligencia propia nos adoptarían como mascotas. Por cierto, fue el principal asesor de la película «2001».
Avances significativos hasta la actualidad
Aunque con avances y retrocesos, y menos entusiasmo, durante años la Inteligencia Artificial siguió estudiándose pero era un tema conocido en círculos científicos o especializados, sin llegar a la población general más allá de los relatos de ciencia-ficción; sería sin embargo en 1997 cuando la IA dio su salto a la fama: fue en ese año cuando la computadora Deep Blue de IBM venció al considerado entonces mejor ajedrecista de la historia, Gary Kaspárov.
Aquello fue todo un hito: la gente se dio cuenta por primera vez de que una máquina no sólo podía realizar una actividad similar a la de un humano, sino incluso mejorarla, siendo más rápida, anticipándose antes y previendo muchas más posibilidades, y superando al cerebro humano.
Han pasado varias décadas, y hoy día sistemas como el Deep Mind de Google, una compleja red neuronal capaz de imitar la memoria humana a corto plazo y que desarrolló el programa AlphaGo (que venció al mejor jugador del mundo de GO), han hecho que los logros de Deep Blue parezcan algo de la prehistoria.
En la actualidad encontramos sistemas de IA rudimentarios en los populares asistentes virtuales o en los chatbots, cada vez más usados y accesibles tanto desde plataformas online como a través de aplicaciones para el móvil, y que permiten interaccionar con una IA que puede ofrecernos respuestas limitadas en los sistemas más rudimentarios, o aprender a partir de nuestras respuestas y de interaccionar con nosotros en los modelos más avanzados.
Estos avances en IA logrados especialmente en el nuevo milenio plantean sin embargo una cuestión interesante: ¿son DeepBlue o Deep Mind sistemas realmente inteligentes por poder vencer a un jugador humano en una tarea específica (el ajedrez o el milenario GO)? Como aún no tenemos una definición clara de IA (ni siquiera la tenemos de la inteligencia), en realidad no hay una respuesta evidente; sin embargo, la mayoría de expertos creen que aún están muy lejos de alcanzar las metas que plantea la IA.
Buscando una definición de IA
Curiosamente fueron los propios padres de la IA los que casi acaban con ella; primero porque conforme avanzaban y tras los éxitos iniciales, comenzaron a encontrarse obstáculos insalvables para su época que les llevaron a un callejón sin salida provocando que se cancelaran muchos proyectos; y segundo porque ni siquiera ellos llegaron a ponerse de acuerdo sobre una definición universal de qué es la Inteligencia Artificial.
De hecho a día de hoy sigue sin haber una definición consensuada no ya sobre la IA, sino sobre la propia inteligencia; el psicólogo Robert Sternberg, de la Universidad de Yale, propuso una de las más aceptadas al definir la inteligencia como una actividad mental capaz de adaptar o crear entornos significativos para la vida personal de los seres humanos; esta inteligencia se dividiría a su vez en inteligencia componencial, experiencial, y práctica (o contextual).
La primera haría referencia a la capacidad de análisis de los humanos que les permite tomar decisiones y resolver problemas; la inteligencia experiencial estaría relacionada con la capacidad creativa y de realizar tareas nuevas o inesperadas, mientras que la práctica o contextual se refiere a la capacidad de adaptación al entorno mediamente su alteración, siendo ésta dependiente de las anteriores pero también la más importante de las tres.
Esto nos permite acercarnos más al objetivo de lograr una definición para la IA; sin embargo, a medida que la Inteligencia Artificial ha ido evolucionando y adaptándose a distintos usos y entornos, ha sido necesario diferenciarla en varias categorías.
Inteligencia artificial estrecha o débil:
Este tipo de IA, que es la que más logros ha alcanzado en los últimos años, se basa en técnicas de machine learning y se aplica para sistemas diseñados para resolver problemas concretos, logrando excelentes resultados; este tipo de IA es la que encontramos en Deep Blue o AlphaGo, donde resultan ser más eficientes que los humanos… pero sólo para esa tarea específica.
La IA débil es con diferencia la más difundida hoy día y la encontramos en asistentes de voz como Siri o Cortana, o en los chatbots; sin embargo, sigue sin cumplir con todos los parámetros de la definición general de inteligencia, ya que no es capaz de adaptarse a su entorno ni de cambiarlo. De hecho, estos sistemas están diseñados para actividades y entornos muy específicos, y no pueden cambiar para asumir otras tareas.
Por ejemplo, podemos pedirle a Siri que nos responda qué tiempo va a hacer mañana o que nos recomiende un restaurante, y lo hará de forma más eficiente que un humano gracias a su velocidad y gran capacidad de procesar datos; pero no podemos pedirle que haga una actividad no programada, como jugar con nosotros al ajedrez o ver la TV. Es decir, pueden resolver muy bien las tareas que se le han programado, pero más allá de eso, no sabrán cómo actuar y nos encontraremos con un «Lo siento, no puedo hacerlo» como respuesta.
Inteligencia artificial general:
Formulada sólo teóricamente, la IA general es mejor que la Inteligencia Artificial débil, ya que busca resolver tareas intelectuales igual que los seres humanos y realizar cientos o miles de tareas distintas de forma correcta a partir de su entrenamiento. Si se logra alcanzar sería además capaz de comunicarse, de planificar y de aprender. La Inteligencia Artificial general, una vez lograda, podría superar sin problemas el Test de Turing demostrando su capacidad de pensar y razonar por sí misma.
Inteligencia artificial fuerte:
Aunque también es por ahora sólo teoría, la IA general necesita de un elemento adicional para convertir a las máquinas en seres pensantes, tal y como se nos han planteado en la ciencia-ficción: hablamos de la capacidad de auto consciencia, de ser conscientes de su propia existencia individual y diferenciada del resto. En teoría, la IA fuerte debería poder no sólo resolver cualquier problema y adaptarse a su entorno, sino también sentir emociones y crear sus propias experiencias.
Este tipo de Inteligencia Artificial -que incluye a las dos anteriores- planteará, si se logra algún día, numerosos desafíos éticos; hablamos de máquinas y sistemas que podrán realizar procesos mentales similares a los de los humanos, pero además lo harán de forma muchísimo más eficiente y rápida. Por tanto no sólo tendremos que lidiar con el problema de cómo tratar a un nuevo tipo de ser consciente, sino de cómo ponerle límites para evitar que se convierta en la nueva especie dominante. Es lo que se nos plantea en películas como Ex Machina.
¿Cómo funciona la Inteligencia Artificial?
Aunque nos hemos acercado todo lo posible a una definición exacta de qué es la Inteligencia Artificial, nos queda otra cuestión pendiente de resolver: ¿cómo funciona? O para ser más exactos, ¿qué es lo que diferencia una IA de un programa de software informático?
Por muy avanzado que nos parezca un programa informático, en realidad no es más que eso: una programación; osea, un conjunto de órdenes que se le dan a un ordenador para realizar en función de si se dan ciertos parámetros o no (aunque puede realizar acciones al azar mediante números aleatorios, por ejemplo). Por tanto el objetivo es darle a la máquina las instrucciones que necesitará para enfrentarse a su tarea… pero en ningún caso estará pensando o actuando por sí misma.
Y ahí está la diferencia con respecto a una IA: ésta no necesita buscar una instrucción para saber qué hacer en un determinado momento, sino que a imitación de la mente humana, la IA irá aprendiendo desde cero a partir de la información y las experiencias que reciba. Es como un niño que pone en práctica lo que aprende cada día, y aprendiendo de sus errores, con la experiencia va realizando las tareas cada vez mejor.
Eso es lo que explica por ejemplo que, cuando usamos un asistente virtual o un chatbot personal, al principio no sepa darnos siempre las respuestas que buscamos: necesitará un período de aprendizaje, conocernos mejor, coger práctica, que le avisemos de sus errores y aciertos… Poco a poco irá mejorando su aprendizaje y al final será capaz de actuar por sí solo. Esta estructura básica aprendizaje-práctica-resultados es común para la mayoría de IA que encontramos hoy día.
Los peligros de la IA
En los últimos años hemos asistido a avances vertiginosos en la Inteligencia Artificial que nos han obligado a plantearnos el uso de esta tecnología y sus potenciales peligros. Existen ya IA capaces de conversar imitando la voz de un ser humano hasta el punto de poder suplantar a una persona; encontramos también algunas IA que pueden alterar imágenes de video cambiando la apariencia, u otras que pueden generar y divulgar fake news (noticias falsas).
Muchas de ellas tienen usos principalmente lúdicos, pero desconocemos si IA similares más avanzadas se están utilizando para fines menos éticos. No obstante, sobre lo que muchos grandes visionarios del futuro como Elon Musk o el fallecido Stephen Hawking han advertido no es que la IA pueda ser usada para fines poco nobles, sino que se vuelva demasiado inteligente: en otras palabras, que se dé cuenta de que no nos necesita.
Aunque la idea de una IA pensante o consciente de sí misma, tal y como se nos presenta en películas como Terminator o Matrix, puede parecer hoy día aún una quimera fantasiosa, lo cierto es que el propio Musk -y no hay que olvidar que algunos de los sistemas de IA más avanzados del mundo son usados por Tesla o SpaceX– es uno de los que sostiene que la III Guerra Mundial podría ser causada por una IA, por lo que abogan por imponer ya límites que eviten que se nos escape al control.
La relación futura entre la IA y la humanidad
En un futuro en el que existan IA pensantes y conscientes, los problemas que hoy afronta la humanidad podrían ser fácilmente resueltos, ya que la IA habría logrado alcanzar la singularidad (es decir, su inteligencia será igual o superior a la de los humanos) ocasionando profundos cambios en todo el planeta. Dichos cambios podrían beneficiar a la humanidad o por el contrario ser perjudiciales, hasta el punto de poner a los humanos al borde de la extinción.
Hay dos grandes hipótesis sobre qué ocurrirá con la IA; una corriente de pensamiento plantea que el desarrollo de una inteligencia artificial fuerte, con auto consciencia y capaz de pensar por sí misma, tendería a resolver los grandes problemas de la humanidad, llevándola a una etapa de bienestar sin precedentes donde se alcanzaría un altísimo nivel de vida para todos los seres humanos.
La segunda corriente de pensamiento, representada habitualmente en libros y películas de ciencia ficción y menos optimista, plantea que una inteligencia artificial consciente de sí misma se daría cuenta de que no necesita de los humanos ya que supera sus capacidades, por lo que podría decidir eliminar a los humanos o someterlos. Es lo que se nos plantea en la mítica novela Dune con la Yihad Butleriana, una cruzada en la que los humanos del futuro vencen a las máquinas pensantes que los habían esclavizado.
Aunque no exista todavía una definición clara de qué es la inteligencia artificial, y si bien la inteligencia artificial pensante y consciente de sí misma tardará aún muchos años en ser una realidad (si es que llega a serlo), lo que sí es cierto es que el futuro cercano nos traerá grandes avances en el campo de la llamada IA débil, planteando cambios inimaginables hoy día en la forma en que los humanos interactuamos con nuestro entorno. ¿Hacia dónde nos conduce esto? Quién sabe.